Carta de agradecimiento de una ciezana a sus padrinos Javier y Elena

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Javier y Elena

Ana Ayala Marín

Hay referentes en la vida de todo tipo. Atendiendo a las aspiraciones personales podemos anhelar éxito, poder, altruismo o que los problemas medioambientales sean nuestra bandera.

La ayuda al prójimo, la bondad y el hacer algo desinteresadamente, lo que coloquialmente es «ser buena persona» tiene hasta premios, el Nobel de la Paz se lo ganado desde Santa Teresa de Calcuta hasta Barack Obama.

Los avatares de la vida nos ponen muchas veces contra las cuerdas y nos hacen replantear el estilo de vida del «buenismo». Como ciudadana del siglo XXI, y mujer de 30 años, abrazo el individualismo, de tal forma que, a veces, me planteo si mi egocentrismo y egoísmo diario barren la condición de buena persona que pienso que también ostento.

El karma, la recompensa de una falacia divina o las energías que te van a recompensar si haces el bien se suelen tambalear cuando las cosas no salen a gusto de uno o cuando los reveses de la vida son tan fuertes que te planteas si la existencia en sí misma merece la pena.

Pero he de decir que mi mente escéptica se trunca cuando pienso en mis referentes de «ser buena persona»; jamás se ha tambaleado mi férrea convicción de que Javier y Elena, mis padrinos, han sido, son y serán las personas más buenas del mundo.

Todo el mundo tiene referentes, y los tiene para que, de algún modo, les ayude a ser mejor persona.

Gracias por hacerme mejor; con la premisa de hacer lo mejor por el resto de las personas.